La letra mata, pero el Espíritu da vida.
La propuesta de la ley de Moisés es ser perfectos, pero la sola observancia no da la fuerza para serlo hundiéndote en la condenación. El Evangelio, la gracia del Espíritu te hace de nuevo, te transforma para llevarte a la meta, la santidad.
La ley de Moisés nos muestra que somos pecadores, pero no arregla nada; la nueva ley, la del Espíritu Santo, nos trae curación, restauración, vida nueva.