Los que pertenezcan al pueblo del Señor, vayan a Jerusalén para reconstruir su templo.
Después de algunas semanas leyendo algunas cartas de san Pablo, regresamos al Antiguo Testamento, leyendo el libro de Esdras. El texto que leems nos muestra con un ejemplo sobresaliente cómo Dios enseña a su pueblo que su acción no por oculta es menos eficaz, y no por discreta es menos poderosa.
Dios no detuvo el curso de la historia cuando Nabucodonosor asaltó a Jerusalén y la saqueó a placer. No detuvo el curso de los acontecimientos cuando aquellos judíos, ya deportados, gemían bajo peso de cadenas. No hizo entonces prodigios como los del Mar Rojo, entre otras cosas porque esos mismos prodigios, con toda su «espectacularidad» resultaron incapaces para engendrar corazones fieles en el pueblo así liberado.
¿Estaba Dios descuidando a su pueblo? No. Simplemente lo lleva por otro camino. Las intervenciones maravillosas de Dios pueden tener impacto en el primer momento, desafortunadamente, después de haberlas vivido ya no tienen la misma fuerza. Las intervenciones estruendosas son como los estruendos mismos: pronto pierden fuerza.
A lo largo mismo del camino del Antiguo Testamento hay como un «cambio en la estrategia» de Dios. De las demostraciones grandiosas a las acciones, quizá más discretas, pero con un poder incomparable a largo plazo, porque tienen capacidad de dar sabiduría y de generar humildad y confianza en la prueba.
25 septiembre 2023. Textos bíblicos y mensaje del lunes de la XXV semana del tiempo ordinario.