Los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos.
Parece cosa comprobada que Jesús utilizó algunos de los recursos «pedagógicos» que eran de uso frecuente entre los maestros rabinos. Expresiones como «los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos» tienen una fuerza nemotécnica muy grande. Este modo de hablar hacía que las enseñanzas del Señor quedaran grabadas facilmente en el corazón de sus oyentes, incluso si no podían escuchar completos largos discursos.
El evangelio de hoy pone en escena un pequeño drama que ilustra por qué hay primeros que resultan últimos y últimos que quedan de primeros.
Los «primeros» en este caso son los que fueron contratados en primer lugar; consiguientemente, los «últimos» corresponden a los que llegaron al caer de la tarde. Para todos el poder trabajar fue en sí mismo un regalo, porque todos estaban perdiendo la vida sin dirección ni sentido, pero ese regalo dejó de serlo en la mente de aquellos que lo recibieron primero. Para ellos el regalo se volvió tedio, y la oportunidad, una tarea. Ser los primeros no aumentó en ellos su gratitud sino su capacidad de crítica y de inconformidad. Por eso acabaron de últimos.
A nosotros puede sucedernos lo mismo. En ocasiones sucede que quien ha tenido menos ocasiones de pecar no por ello cuenta en su balance más ocasiones para agradecer. Y pasa también que quien llevó una vida lejana al Señor cuando lo descubre avanza más y mejor por el camino del evangelio que los que siempre estuvieron cercanos a él.
24 septiembre 2023. Textos bíblicos y mensaje del Domingo de la XXV semana del tiempo ordinario.