El sencillo relato de la primera lectura de hoy nos permite asomarnos al alma generosa y noble de un hombre que, desde su condición laical, tuvo un papel no pequeño en las iniciativas de reconstrucción de Jerusalén después del destierro a Babilonia. Se llama Nehemías, y da nombre a uno de los libros de la Sagrada Escritura.
Para apreciar qué riesgos y qué desprendimientos hubo de asumir el corazón de Nehemías, conviene recordar que la situación de los desterrados, si bien triste desde el punto de vista de la fe, no era ya desesperada en otros aspectos. Es proverbial hablar de lo ingeniosos que son los judíos y de su habilidad para establecerse y prosperar; ciertamente eso no les viene de ayer.
Muchos desterrados del tiempo de Nehemías habían establecido comunidades de mutua ayuda y pequeñas empresas de familia, y empezaban a prosperar, también económicamente, en los mercados más abiertos y nutridos del reino persa donde ahora se encontraban. Nehemías tenía muchas razones para quedarse tranquilo, máxime si pensamos que tenía un puesto sobresaliente en la corte del rey: era el «copero mayor», cargo que indica una extraordinaria confianza.
Nehemías, pues, pone por encima su amor a Jerusalén que estaba en ruinas; puso a Jerusalén por encima de su propia alegría. Estaba triste, teniendo aparentemente todas las razones para sentirse feliz; estaba desolado… porque Jerusalén estaba asolada. Este género de amor, que llega hasta el dolor por el amado, tiene mucho que enseñarnos.
Como dice San Pablo, para los cristianos, nuestra Jerusalén es el cielo. Corremos el riesgo que el bienestar o prosperidad, nos ha sentir que no nos hace falta el cielo y que concentremos en la tierra la búsqueda de nuestra felicidad. Cuando esto sucede nos regodeamos en los placeres y éxitos que vamos logrando, y simplemente se nos olvida a qué cielo pertenecemos.
Jerusalén es también para nosotros el pueblo de Dios, la Iglesia. Y podemos como los contemporáneos de Nehemías olvidarnos de Jerusalén, es decir, dar la espalda a la Iglesia cuando aparecen sus llagas o cuando se muestran sus vergüenzas.
Pidamos, pues, al Señor que nos regale la fidelidad y la audacia de Nehemías, para permanecer en el camino, para que los bienes de este mundo, sean comodidades o conocimientos, no apaguen en nostros el anhelo del cielo y para que en el momento de la crisis para no demos la espalda a nuestra Iglesia, sino que nos dispongamos a reconstruirla y a curar sus llagas.
4 octubre 2023. Textso bíblicos y mensaje del miércoles de la XXVI semana del tiempo ordinario.