El evangelio de hoy nos deja saber que Cristo no tuvo éxito en su misión primera en las ciudades donde hizo muchos milagros. Ello demuestra que la conversión no depende sólo de predicaciones maravillosas, testimonio de vida y hechos prodigiosos. Estas tres cosas las tenía Jesús, y en grado sumo, pero no pudo cosechar las conversiones que hubiera querido.
Hay cristianos a quienes no les gusta que se hable de que Jesús a algunos de sus propósitos. Prefieren vivir con la imagen de un Dios triunfalista. Sin embargo el evangelio nos deja conocer a un Dios que no «asegura» su victoria pasando por encima de todo y de todos. Un Dios así sería un gran tirano.
La revelación de Dios en Jesús es mucho más humilde, realista y cercana. Si Cristo fracasó, por lo menos parcialmente, dando todo de sí, es porque fracasar no es pecar. El pecado es ajeno a Dios pero el fracaso no es pecado. Lo sería si proviene de negligencia o cosa parecida. Pero cuando todo ha sido hecho para Dios y para su gloria, el triunfo es ello mismo, y no el logro exterior, que puede venir o no venir. El evangelio transforma la vida sólo cuando es acogido, cuando se le contempla sólo como espectáculo lo más que suscita son emociones efímeras.
4 octubre 2024. Textos bíblicos y mensaje del viernes de la XXVI semana del tiempo ordinario.