Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador
Hoy revisamos nuestra actitud orante. Nuestra forma de orar descubre no sólo la imagen que tenemos de Dios, sino también la idea que tenemos de nosotros mismos. Contemplamos la parábola del fariseo y el publicano.
La religión de ese fariseo lo separa de los demás y, por tanto, de Dios. En el Templo, piensa que está frente a Dios, pero en realidad está solo frente a sí mismo como un ídolo al que adora e inciensa. Quien se exalta frente a los demás, quien juzga -y desprecia- a los demás, se condena a la soledad.
El publicano, en cambio, se mantenía «a distancia». Él es como los demás, está al fondo del Templo, casi no se distingue de la gente que está en la calle, en medio de la confusión del mundo. Es un pecador. Los publicanos eran recaudadores de impuestos, que solían robar el dinero de los pobres y tenían negocios poco claros. No es alguien justo, ni bueno, ni pobre: es un pecador y está lejos de Dios. Pero ante Dios ese hombre reconoce quién es. Reza diciendo: «¡Oh Dios! Ten compasión de mí, que soy pecador».
29 marzo 2025. Textos bíblicos y mensaje del sábado de la III semana de cuaresma.
Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador Leer más »