Tiempo Ordinario
Jueves de la I semana
Textos
+ Del evangelio según san Marcos (1, 40-45)
En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”. Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes. Palabra del Señor.
Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez
Mensaje[1]
La predicación de Jesús en Galilea duró varias semanas y, durante este periodo, realizó varios milagros, entre ellos este que se refiere a un enfermo de lepra. Como es sabido, quienes habían contraído la lepra estaban condenados a vivir marginados de su familia, de la población y de la comunidad de fe. Lo único a lo que podían aspirar era a recibir alguna limosna.
El hombre enfermo del evangelio, escuchando lo que Jesús hacía, no se resignó a su condición; quería curarse a toda costa; y, superando las prescripciones que le impedían entrar en un lugar habitado, llegó ante Jesús. Por lo demás, ¿a quién más podía acudir sino a este joven profeta que no hacía distinción entre personas y ayudaba a todos, especialmente al pobre y al enfermo? Todos, por temor al contagio, lo evadían; Jesús, en cambio, lo vio y lo acogió.
Cuando llegó ante Jesús, aquel leproso se arrodilló e invocó la curación: «Si quieres, puedes curarme», le dijo. El evangelista advierte que Jesús, al verle, se compadeció; escuchó la oración y le dijo: «quiero, queda limpio» y tocó con su mano a aquel enfermo que según la ley no podía ser tocado por nadie. Los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, concuerdan al referir este gesto; casi podía decirse que el contacto físico con Jesús curó al enfermo de lepra, devolviéndole la dignidad a su cuerpo y el derecho de habitar con todos sin volver a ser discriminado.
Jesús, quizá para impedir que fuera perseguido porque había violado la prescripción, le advirtió que no dijera nada y le exhortó a presentarse a los sacerdotes y ofrecer cuanto estaba prescrito; El mismo asumió la prescripción legal de no entrar a la ciudad, por haberlo tocado. Pero aquel hombre, lleno de alegría, no se contuvo de divulgar la noticia, y comunicó a todo el que encontraba la alegría desbordante que sentía.
El milagro narrado por Marcos nos pide a todos, en las comunidades cristianas de hoy, estar atentos al grito de los pobres, como lo estaba Jesús, y «obrar» también nosotros junto a Jesús los milagros que devuelven la dignidad y aumentan la alegría de los enfermos y de los pobres.
[1] V. Paglia, Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 59.