No conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén.
La frase central del Evangelio nos deja perplejos: «No cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén.» ¿Qué es eso de que una ciudad tenga tanta relevancia o conexión con la vida de los profetas?
Para nosotros Jerusalén, el sitio que tiene casas y construcciones específicas es todo lo que hay que decir de esa ciudad. Cuando en cambio queremos referirnos a ideales como la unión de todos en Dios, usamos expresiones como esa, que son abstracciones: «unión de todos en Dios.»
La mente semita no obra así. Las palabras y lo que significan, las cosas y lo que simbolizan van unidas. El «significado» no es algo adicional y mental que se posa sobre un «objeto» que en sí mismo seria «neutro.» Jerusalén, para el pueblo elegido, no es «neutra» nunca. Es señal de amor, símbolo de predilección, memorial de victoria, promesa de redención, sello de alianza, corazón palpitante que enlaza el amor de Dios y el de Israel.
«Morir en Jerusalén» entonces es algo como quemarse entero en el amor de la alianza. Alude al centro del poder, aquel poder con el que Cristo tenía que terminar entrando en conflicto radical, pero sobre todo alude a su propia disposición para vivir en su carne las cláusulas del nuevo y definitivo pacto entre Dios y los hombres.
31 octubre 2024. Texto bíblicos y mensaje del jueves XXX del tiempo ordinario.