Cuaresma
Miércoles de la I semana
Textos
† Del evangelio según san Lucas (11, 29-32)
En aquel tiempo, la multitud se apiñaba alrededor de Jesús y éste comenzó a decirles: “La gente de este tiempo es una gente perversa. Pide una señal, pero no se le dará más señal que la de Jonás. Pues así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para la gente de este tiempo.
Cuando sean juzgados los hombres de este tiempo, la reina del sur se levantará el día del juicio para condenarlos, porque ella vino desde los últimos rincones de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.
Cuando sea juzgada la gente de este tiempo, los hombres de Nínive se levantarán el día del juicio para condenarla, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás”. Palabra del Señor.
Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez
Mensaje[1]
En el evangelio el personaje central es Jesús: él es “más que Salomón” y “más que Jonás”. La inmensa dignidad de Jesús que emerge en contraluz con estos dos personajes consiste en la grandeza de su Palabra, la cual es superior a la predicación profética de Jonás y a la sabiduría de Salomón.
En el texto que leemos la mención del profeta Jonás se hace al comienzo y al final de nuestro pasaje, quedando en el centro la mención del rey Salomón. La relevancia del profeta Jonás se explica por la frase: “Pues así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para la gente de este tiempo”. ¿Y cual fue la señal de Jonás para los ninivitas? Pues nada distinto de su predicación: los ninivitas “se convirtieron por la predicación de Jonás”. Por otra parte, sus oyentes eran extranjeros y, a pesar de eso estuvieron bien dispuestos y fueron capaces de dar el paso de la conversión. Ellos -desde el rey hasta el último de los súbditos- dejaron todos sus oficios para dedicarse a la penitencia pregonada por Jonás.
Esto se ilustra mejor con el ejemplo de una reina quien, dejando un reino entero y todas sus dignidades, viajó desde su lejana nación en busca del hombre más sabio del que se había escuchado: el rey Salomón. Ella ella “vino desde los últimos rincones de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón”. La buena disposición de la Reina para escuchar y la prontitud para la conversión que manifestaron los ninivitas para tomarse en serio la predicación de la penitencia, contrasta fuertemente con la actitud de “la gente de este tiempo”; son lo israelitas, sus propios paisanos, los de casa, quienes se presentan como los más duros de corazón para tomar en serio a Jesús y su mensaje. Por eso la Reina “se levantará el día del juicio para condenarlos” y los ninivitas harán lo mismo; pues son un pueblo que busca “señales”, es decir, milagros que los convenzan.
De hecho es más fácil pedir milagros que nos deslumbren y nos eviten el esfuerzo del creer, que abrirnos al encuentro personal con una persona que nos exige y que con su presencia y su palabra nos cambia la vida. Y la verdad sea dicha: ese es el verdadero milagro, el hay que pedir.
El evangelio de hoy nos invita a que cedamos en esa dureza de corazón que nos mantiene presos de otras cosas que consideramos importantes, pero que en realidad no son realmente fundamentales, para ponernos a escuchar a Jesús. No tendremos que hacer el largo viaje de la Reina de Sabá ni Jonás tendrá que ir a llevarnos el mensaje a ciudades lejanas: a Jesús lo tenemos “aquí”. La predicación de Jesús resuena primero de viva voz, pero su máxima palabra, la que está a punto de pregonar será su estar silencioso de brazos abiertos en la cruz llamándonos a hacer la correcciones que sean necesarias y a darle un nuevo impulso a nuestra vida en el gozo de su amor.
[1] Tomado fundamentalmente de: Oñoro, Fidel. Pistas para la Lectio Divina, Lc 11, 29-32. CEBIPAL.